Hace ya algunos años, 30 para ser exactos, fui invitado a diseñar mi primera etiqueta de vino. Entonces yo pensaba que una buena composición tipográfica, algunos elementos interesantes de color y textura eran suficientes para seducir al consumidor y que el productor tuviera éxito en las ventas. Así que preparé mi portafolio y asistí a la reunión con el productor. Después de una larga y muy interesante conversación entendí lo arrogante que fui al pensar que tenía resuelto el proyecto y de lo mucho que tenía por aprender de estos hombres que dedican su vida al campo y la elaboración de vino.

Hoy en día, después de poco más de 250 etiquetas de vino mexicano, entiendo que diseñar una etiqueta es un reto extraordinario. Una etiqueta debe contar una historia, de cultura y tierra, de esfuerzo y paciencia, de pasión y espíritu incansable. Al abrir una botella de vino liberamos el espíritu de su creador, el carácter de sus uvas, la expresión de su suelo. Para lograr los mejores resultados, productor y diseñador deben generar una relación de confianza y profundo entendimiento mutuo para lograr traducir e interpretar las cualidades del vino y proyectarla en una imagen de producto estéticamente hermosa y memorable, fácil de reconocer, estable en el tiempo y capaz de convivir con cientos de vinos manteniendo su individualidad

La industria crece y muchos quieren participar de este romántico y carismático negocio del vino, pero definitivamente no es para todos. Tener el respaldo económico para hacerlo, tampoco es suficiente. Sentarse a escuchar a un tipo que te dice: “lo importante es el vino, no la etiqueta”, o que me contrata para cumplir con un requisito, no es un buen comienzo. Diseñar para alguien que se siente enólogo-diseñador-sommelier-chef-poeta-mercadólogo es todo un reto, aguantarlo también. Divas, gurús, principitos, primeras damas y uno que otro hippioso han sido grandes retos.

Ser diseñador de etiquetas es un enorme compromiso para entender que lo que hay dentro de cada botella es también arte, es sol, es paisaje, olor a tierra mojada después de una lluvia de invierno, es luna y estrellas, aromas a flores en primavera; trabajadores atendiendo y cuidando el viñedo, cosechando la fruta y en la bodega, con cariño y paciencia, convirtiendo la fruta en el mejor de los vinos.

En este ciclo he aprendido a escuchar lo que los hombres de vino comparten y a crear a partir de cada historia el rostro de sus vinos.